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Pasaje de ida
CAPÍTULO 1

 

La sala de espera estaba repleta.

"Fin de verano", pensó Belén.

Ocupó el último asiento disponible, resignándose a esperar una o dos horas ( el doctor está retrasado, había dicho la enfermera). Observó a las mujeres que tenía a izquierda y a derecha, tratando de imaginarse la consulta que cada una de ellas tenía que hacerle al ginecólogo.

Esa gordita de enfrente, por ejemplo, cuarentona y con cara de cansada cuyas manos volaban tejiendo un suéter de chico, seguramente tenía prolapso. O una llaga en la matriz, recuerdo de su parto número cinco. En cambio su vecina de la derecha mostraba un enorme vientre de embarazo. Y la de la izquierda comentaba nerviosamente con otra algo sobre un bultito en el pecho.

"Viva nuestro glorioso cuerpo femenino", se dijo Belén. "Templo de la Vida. Aquí estamos, como vacas sagradas y asustadas".

-El doctor está retrasado -dijo la mujer del bultito en el pecho.

-sí, ya sé -contestó Belén.

Sacó apresuradamente un libro de su bolso. "Lo único que me faltaba, terapia de grupo". La otra no se dio por vencida.

-Va a tener que esperar como una hora. El doctor acaba de volver de las vacaciones.

-Y bue, qué va a hacer -Belén abrió el libro.

-Las mujeres siempre tenemos problemitas ¿vió? Una tendría que acostumbrarse al ginecólogo, pero yo no puedo. La última vez me descompuse. Menos mal que me había acompañado mi marido.

Belén suspiró y cerró el libro.

-Menos mal.

-Sí. Cuando una tiene un hijo es distinto, eso es algo natural. Pero venir así en frío y tener que abrirse de piernas y que a una le metan los dedos adentro…

-Sí. Qué va a hacer. Permiso, voy al baño.

En el pulcro bañito desinfectado se lavó las manos y se refrescó la cara.

"Una palabra más y grito", pensó.

Cuando volvió a la sala comprobó aliviada que no había dónde sentarse. Se apoyó contra la pared, abrió su libro y se puso a leer.

 

 

-La próxima es usted -le susurró la enfermera.

-Sí, gracias.

"Pase no más", pensó. Se abrió la puerta del consultorio.

-Pase no más, m'hija.

El doctor Bogatti avanzó hacia ella, mano extendida y cara sonriente. Le dio un fuerte apretón de manos y señaló una silla que enfrentaba al escritorio.

Belén pasó y se sentó.

El doctor Bogatti estudió la ficha que la enfermera había dejado sobre el escritorio.

"No tiene la menor idea de quién soy", se dijo Belén divertida.

Desde su lugar podía leer el revés de las grandes letras manuscritas que esncabezaban su ficha: BELÉN ZUBIAURRE, 28, SOLTERA.

-¿Cómo anduvo la medicación?

-Bien.

Bogatti hizo un gesto de asentimiento mientras tomaba una birome del lapicero y anotaba algo en la ficha.

-Y las menstruaciones ¿duelen menos?

Belén se dio tiempo antes de contestar suavemente.

-No hay menstruaciones. Me parece que estoy embarazada.

Bogatti estaba perplejo. su cara produjo una ancha sonrisa profesional.

-Caramba. Usted es de las que se diagnostican solitas.

¿Cuántas menstruaciones faltan?

-Dos.

"Dos menstruaciones, querido doctor Bogatti. Exactamente cuarenta días y cuarenta noches de angustia".

-Ajá… Dos. Pero tomó las pastillas como se las prescribí.

-Durante un mes.

-Le dije que las tomara durante tres meses. Hasta que volviera a verme.

-Lo que usted no me dijo, doctor -Belén se inclinó hacia adelante- fue que no las vendían sin receta. Y usted estaba de vacaciones.

El médico abrió las manos con las palmas hacia arriba, en un ademán de impotencia.

-Quiere decirme que yo tengo la culpa.

-No.

El odio que sentía por el doctor Bogatti cesó bruscamente.

Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero se mordió los labios.

"Ahora ponete a llorar, boluda. Y no te olvides de contar que te violaron".

Las lágrimas desaparecieron sin rodar. El ginecólogo se puso de pie.

-Vamoa a revisarla.

Sí, vamos a revisar el chasis, el motor y la medida del aceite.

-Pase al otro cuarto, sáquese la bombachita y acuéstese.

Por primera vez en dos años de periódicas revisaciones, esta frase no la hizo sonreír.

 

 

Una mano enguantada le recorría delicadamente la vagina mientras la otra le palpaba el bajo vientre. Pegó un respingo.

-Duele -dijo.

-Sí. La vejiga está bastante inflamada. Ya está, vístase.

Belén se sentó en la camilla y lo miró interrogante.

-Está embarazada. De dos meses, más o menos. Vístase y lo hablamos.

Sentada nuevamente frente al escritorio, Belén le miró las cuidadas manos. La izquierda tenía una alianza de oro. Nunca lo había notado. ¿Qué sentiría su mujer al acariciar esas manos? ¿Pensaría que las metía dentro de veinte o treinte vaginas todos los días?

Ël la miró paternalmente.

-¿Qué piensa hacer?

-No puedo tenerlo.

-¿Y si habla con el padre? A lo mejor está dispuesto a casarse.

Belén aspiró profundamente para ahogar la histérica carcajada que le cosquilleaba la garganta.

-Es casado -mintió.

Un hombre de sesenta años jamás entendería. ¿Chacho? ¿Jorge, quizás?

Bogatti meneó la cabeza, compadecido.

-No puedo hacer nada por usted.

-Yo tampoco se lo pedí.

El médico pareció aliviado. La despidió con una frase de consuelo.

-Si decide seguir el embarazo, vuelva. Veré en qué puedo ayudarla.

-Bueno, gracias.

Belén recogió su bolso. "Ahora va a recomendarme el Equipo de Adopción de la Liga de Madres de Familia". Le dio la mano y él se la retuvo unos segundos.

-No arruine su salud. Siempre hay otros caminos.

Belén retiró la mano. Quería irse, lejos, ya. Se encontró diciendo estúpidamente:

-Sí. Adiós. Gracias, muchas gracias.

 

Parada en la esquina de Bulnes y Santa Fe, Belén dudó unos minutos entre caminar las cuatro cuadras hasta su casa o volver a la Redacción.

Había trabajado medio día aceleradamente, tratando de adelantar el cierre de las páginas blanco y negro. Cuando se había marchado a las dos de la tarde, después de haber entregado tres notas a Diagramación miuentras picoteaba un tostado de jamón y queso, se había sentido en paz con su conciencia. La misma Clara le había insitido: "Ni se te ocurra volver, nena. El reportaje a María Marta Serra Lima está prácticamente cocinado. Le faltan los títulos y el copete, eso lo termino yo".

Pero ahora no quería ir a su casa.

"Me conozco. Mañana todo parecerá menos importante y podré enfrentar lo que sea. Pero hoy no quiero estar sola".

Y decidió sacrificar el resto de su tarde libre a cambio de un poco de calor humano.

 

 

 
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